El fin de la llamada Guerra Fría y la desintegración de la URSS cambiaron la geopolítica mundial y la OEA, exigida por Estados Unidos, intentó reacomodarse con el objetivo de serle más fiel a las oligarquías, por lo que comienza en 1991 a promover los preceptos de la democracia representativa burguesa y del neoliberalismo. Bajo esas banderas nacen las Cumbres de las Américas, a iniciativa de EE.UU., las que otorgaron renovados mandatos a la organización.
En este momento sobresale la creación de la Carta Democrática Interamericana en 1992, que llevó a nivel de tratado la imposición del unipolarismo a la región, es decir la OEA no cambió su cara, tanto que frente al golpe militar en Haití, que depuso al presidente Jean Bertrand Aristide, exhibió el mismo grado de incapacidad y putrefacción. Delegó el tema en el Consejo de Seguridad de la ONU, que aprobó una fuerza militar multinacional ¿liderada por quién? por EE.UU.
Ya en pleno siglo XXI, a nadie le quedan dudas de la irrelevancia, obsolescencia y descrédito de una organización que ha sido cómplice de los principales crímenes de Estado ocurridos en América Latina y el Caribe en la segunda mitad del siglo XX. A pesar de que en ocasiones Estados Unidos la relegó, nunca la descartó. La necesita viva para influir y dividir a la región y frenar la consagración de su único, inevitable y verdadero destino histórico: la integración martiana y bolivariana de sus pueblos.
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Hace 6 meses
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