Washington y la OEA fueron coherentes con su tenebroso pasado cuando percibieron las primeras amenazas.
La organización que había favorecido el golpe de Estado de 1952 en Cuba, la que fue tan vaga frente a la acción militar contra el gobierno constitucional de Jacobo Árbenz en Guatemala; la que respaldó al sátrapa Anastasio Somoza y en 1961 no condenó la invasión mercenaria a Cuba, mientras eludía toda crítica al golpe de Estado contra el presidente electo de Ecuador Velazco Ibarra, seguía siendo exactamente la misma que auspiciaba con su indulgencia la invasión militar a República Dominicana en 1965 y el envío de boinas verdes y armas a Guatemala en 1966, y a Bolivia en 1967, en tanto aplaudía las graduaciones de cientos de torturadores y represores en la Escuela de las Américas del Canal de Panamá.
Contempló los golpes de Estado patrocinados por el gobierno de Estados Unidos en Uruguay, Argentina y Chile. Calló ante la muerte de Salvador Allende, ante el asesinato y desaparición forzosa de decenas de miles de sudamericanos durante la tenebrosa Operación Cóndor. No promovió la paz en Centroamérica durante los años ochenta, en un conflicto que cobró cerca de cien mil vidas humanas. No respaldó las investigaciones para esclarecer la sospechosa muerte del general Torrijos en Panamá, ni sus embajadores dejaron de tomar café cuando las ingloriosas invasiones a Granada, en 1983, y a la propia Panamá, en 1989.
Brindó respaldo a Pedro "El Breve", durante las difíciles jornadas que vivió Venezuela en abril del 2002, tras la intentona golpista, vencida por la ejemplar respuesta del pueblo que rescató a su Presidente. Esa actitud evidenció hasta dónde era capaz de llegar su hipocresía y alineación con el poder imperial, al no aceptar el carácter genuino del proceso bolivariano venezolano, que le había dado una lección justo allí donde más le dolía, sometiéndose como ningún otro gobierno al escrutinio de sus electores y salir victorioso.
Al empeñarse la OEA en cuestionar la legitimidad democrática de las elecciones en aras de favorecer la política estadounidense de derrocar la revolución bolivariana, puso al desnudo toda la inmoralidad de la famosa Carta Democrática.
Solo faltaba a este podrido historial el caso particular de Bolivia, con abundantes y claras evidencias del comprometimiento de EE.UU. en una guerra sucia para derrocar a Evo Morales, el primer presidente indígena de América. A la OEA y al señor Insulza les sobró ¿pudor? para evitar llamar las cosas por su nombre (golpe de Estado, por ejemplo) y prefirieron indicar con lenguaje arlequinesco que [...] en Bolivia se ha llegado a un punto en que o se acuerda un inmediato cese de las hostilidades y se pasa a la negociación, o la situación se pondrá muy difícil [...]. En su complicidad por omisión, la OEA ignoró las suficientes evidencias de que la DEA y la CIA estaban detrás de los planes de magnicidio en Bolivia.
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Hace 6 meses
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