El 2 de septiembre de 1960, tras consagrarse la conjura de la OEA contra Cuba, en San José, el Comandante en Jefe convocó al pueblo de Cuba en Magna Asamblea General, celebrada en la Plaza de la Revolución José Martí y dio lectura a la histórica proclama conocida como Primera Declaración de La Habana, en cuyo octavo y último párrafo dispositivo, definía:
[...] La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba reafirma su fe en que la América Latina marchará pronto, unida y vencedora, libre de las ataduras que convierten sus economías en riqueza enajenada al imperialismo norteamericano y que le impiden hacer oír su verdadera voz en las reuniones donde cancilleres domesticados, hacen de coro infamante al amo despótico. Ratifica, por ello, su decisión de trabajar por ese común destino latinoamericano que permitirá a nuestros países edificar una solidaridad verdadera, asentada en la libre voluntad de cada uno de ellos y en las aspiraciones conjuntas de todos. En la lucha por esa América Latina liberada, frente a las voces obedientes de quienes usurpan su representación oficial, surge ahora, con potencia invencible, la voz genuina de los pueblos, voz que se abre paso desde las entrañas de sus minas de carbón y de estaño, desde sus fábricas y centrales azucareros, desde sus tierras enfeudadas, donde rotos, cholos, gauchos, jíbaros, herederos de Zapata y de Sandino, empuñan las armas de su libertad, voz que resuena en sus poetas y en sus novelistas, en sus estudiantes, en sus mujeres y en sus niños, en sus ancianos desvelados. A esa voz hermana, la Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba le responde: ¡Presente! Cuba no fallará. Aquí está hoy Cuba para ratificar, ante América Latina y ante el mundo, como un compromiso histórico, su dilema irrenunciable: Patria o Muerte.
En medio de los aplausos y la aprobación de más de un millón de brazos, Fidel expresó: [...] Ahora falta algo. Y con la Declaración de San José, ¿qué hacemos? El pueblo coreó: ¡La rompemos!, ¡La rompemos! Tomó en sus manos aquella bochornosa Declaración y la rompió ante la multitud. Quedaban claras las cosas entre Cuba y la OEA. Las palabras finales de la Declaración de la Habana eran la premonición de lo que iba a ocurrir casi medio siglo después, al asistir la Revolución cubana a los últimos estertores de la organización que se prestó para la sucia tarea de sepulturero imperial.
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Hace 6 meses
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