domingo, 14 de junio de 2009

Los espiaba la muerte


Dice en una de sus partes la canción que popularizó el Trío Matamoros:

Del puerto de La Habana, el Morro Castle se vio zarpar
una tarde habanera, linda hechicera, como su mar.
En la extensa cubierta, gozaban todos con gran primor,
en el barco lujoso que majestuoso iba a Nueva York.


Veinticinco años después de la tragedia del Valbanera, el 8 de septiembre de 1934, se incendiaba el Morro Castle. Era un crucero de 11 300 toneladas de desplazamiento y 503 pies (153,3 metros) de eslora, propiedad de la naviera Ward Line. Su sistema de propulsión estaba integrado por dos poderosas turbinas de vapor, de 16 000 caballos de fuerza, que le permitían mantener una velocidad media de 20 nudos. Como toda embarcación de su género disponía de espaciosos restaurantes, tiendas, salones y cámaras de varias clases y camarotes de lujo. El día fatal cubría la ruta La Habana-Nueva York, con 400 pasajeros y 240 tripulantes a bordo, aunque otras fuentes consignan que transportaba a 558 personas en total. Soplaba un viento huracanado. Se hallaba frente a las costas de New Jersey cuando se detectó el incendio.
Nunca se ha sabido con certeza lo que sucedió con esta embarcación, ni tampoco si la muerte repentina de su capitán guardó relación con lo que vendría después. Se dice que el incendio se desató en la lujosa biblioteca de la cubierta C y que, sin que nadie se percatara, se extendió hacia una sala de estar y una sala de escritura. El caso es que cuando la tripulación decidió alertar a los pasajeros, que dormían, y pedirles que corriesen a cubierta provistos de sus salvavidas, ya el siniestro había cobrado fuerza suficiente para hacerse incontrolable. Muchos pasajeros quedaron atrapados por las llamas en sus camarotes y los que pudieron llegar a cubierta apenas podían caminar sobre las recalentadas planchas de acero. Tampoco se puso nunca en claro porqué no funcionó el sistema contra incendios ni porqué el telegrafista demoró tanto en transmitir la señal de auxilio. Los botes salvavidas se hicieron a la mar llevando como promedio a unos 30 tripulantes y solo a dos pasajeros cuando disponían de 58 capacidades. Para mal de males, el primer oficial, que asumió el mando de la nave a la muerte del capitán, insistió en navegar de frente al temporal de viento, lo que hizo que las llamas se propagaran con más fuerza y rapidez. Algunos pasajeros, para escapar, se tiraron al mar. El notable nadador cubano Frank De Beche, confiado en sus propias fuerzas y habilidades, cedió caballerosamente su salvavidas a la señorita Rosario Camacho y pereció en el intento de mantenerse vivo en el mar hasta que lo rescataran.
Por suerte para los náufragos, decenas de ellos fueron rescatados por las embarcaciones que acudieron al llamado de socorro. El remolcador Tampa, que acudió a la zona del siniestro, pudo enlazar al Morro Castle, que había detenido ya sus máquinas, y comenzó a arrastrarlo hacia la costa. Pero el fuego rompió las estachas o cabos del remolque y el barco quedó al garete frente a Asbury Park. Los equipos de rescate vieron entonces escenas horribles, pues muchos de los pasajeros habían encontrado la muerte aprisionados en los ojos de buey de los camarotes.
La desgracia de unos trajo la fortuna momentánea de otros. No faltó gente inescrupulosa que saqueó lo que pudo del barco para venderlo luego como souvenir, y cuando se acabaron las piezas verdaderas, vendió piezas falsas, mientras que el Morro Castle, o lo que quedaba de aquella lujosa embarcación, se convertía en atracción turística.
Pronto comenzaron las especulaciones sobre las causas del incendio. Se habló, como ya se dijo, del rayo que cayó cerca de los depósitos de combustible, pero otros llegaron a la conclusión de que en el Morro Castle hubo un sabotaje. Para los que así opinaban, la causa de la catástrofe había sido una pluma de fuente con un dispositivo de ignición dentro dejada en la biblioteca del barco.
La hipótesis del sabotaje se comprobaría 25 años después del suceso, cuando un investigador señaló a George W. Rogers, jefe de los telegrafistas de la nave, como el causante de la catástrofe. Los propósitos que lo movieron para tal proceder, los desconoce el autor de esta página, pero el hecho de que el responsable del siniestro fuera el telegrafista-jefe explica porqué el Morro Castle no transmitió a tiempo sus llamados de auxilio. El telegrafista de guardia que se decidió a pedir ayuda lo hizo por su propia voluntad y sin haber recibido orden alguna en tal sentido. La empresa naviera Ward Line fue multada a causa del incendio y se condenó a penas de prisión a los oficiales del buque; sentencias que después fueron anuladas.

1 comentario:

Americas Best Inns And Suites dijo...

interesante historia, muy buena.

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