De niño escuché muchas historias relacionadas con el Valbanera. La del abuelo que salió de la casa con sus dos nietos a fin de ver los estragos del ras de mar y encontraron la muerte cuando el automóvil que los transportaba cayó en una de las furnias que bordeaban en la época lo que hoy es La Rampa. Y la del hombre que casi todos los días acudía al puerto de La Habana y preguntaba si se tenían noticias del Valbanera. Llevaba, se decía, más de 30 años en lo mismo. Había desembarcado en Santiago de Cuba con uno de sus hijos pequeños decidido a hacer el viaje por tierra hasta La Habana a fin de estar ya aposentado aquí cuando el resto de su familia llegara a la capital en el barco. El 9 de septiembre de 1919, el sujeto perdió la razón. No era para menos. Nunca he sabido si esa es una historia real o una leyenda. De cualquier modo, podemos imaginar a aquel hombre con su pregunta eterna en los labios: ¿Ha visto usted al Valbanera?
Era un vapor de casco de acero, unas 6 000 toneladas de peso, 131,90 metros de eslora y una velocidad de crucero de 12 nudos. Fue construido en 1906, en Glasgow, Escocia, con capacidad para más de 1 200 personas. El 10 de agosto de 1919 salió de Barcelona con destino a Nueva Orleans y haría escalas en Cádiz, Las Palmas, Santa Cruz de Tenerife, Santa Cruz de La Palma, San Juan de Puerto Rico, Santiago de Cuba, La Habana y Galveston. Zarpó con 1 230 personas a bordo entre pasajeros y tripulantes.
Santiago, en cuyo puerto tiró anclas el 5 de septiembre, era el destino definitivo de no pocos de los pasajeros de la nave. Otros muchos, en cambio, seguirían rumbo hacia otras regiones de la Isla y, como el hombre de la historia que conté arriba, prefirieron hacerlo por tierra. Eso hizo que el número de víctimas fuera sensiblemente menor.
Hace algunos años, el colega Juan Morales, de la redacción de este diario, pudo entrevistar a uno de aquellos pasajeros del Valbanera. José María López, natural de La Mancha, y con 15 años de edad entonces. Junto con el padre, la madre y cinco hermanos, José María pasó un año en la tierra natal y, ya de regreso, abordó el barco, junto con los suyos, en Cádiz.
Cuando llegamos a Santiago, un paisano que venía como sobrecargo nos recomendó que bajáramos a tierra y nos fuéramos por ferrocarril hasta Las Villas, donde residíamos por entonces —relató José María. Nos aseguró que ganaríamos tiempo, pues llegaríamos a casa cuando el Valbanera aún no habría entrado a La Habana. Aceptamos su recomendación y, en efecto, realizamos un viaje magnífico en tren hasta Santa Clara.
Del drama nos enteramos días más tarde por los periódicos, recordaba el testimoniante. «Supimos horrorizados que el Valbanera nunca llegó a La Habana y que naufragó sin que nadie sobreviviera. En nuestro pueblo de España repicaron las campanas de la iglesia en memoria de la familia López, porque nos creían muertos... Nos salvamos por un golpe de fortuna. ¡Un milagro! Y por el consejo de aquel paisano que quedó a bordo y bajó para siempre con el Valbanera al fondo del océano».
¿Conocía Martín Cordero, el capitán de la embarcación, del gran ciclón que se formaba?, se preguntó la prensa de la época. La interrogante jamás tendrá respuesta. El caso es que el Valbanera navegó a toda máquina hacia la catástrofe. Debe haberse hundido en una llamada vuelta de campana, con todos los pasajeros en sus camarotes a fin de resguardarse del viento y la lluvia.
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Hace 6 meses
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