Carmen Zayas Bazán e Hidalgo (29 de mayo de 1853-15 de enero de 1928), la camagüeyana con la que José Julián se había casado en México, tampoco tuvo, como se conoce, afinidad con las ideas de su esposo.
Las diferencias llevaron a la pareja a discusiones insalvables y a la consiguiente ruptura. Sin embargo, hay que subrayar una y otra vez un hecho contundente: cuando se conoció la noticia de la caída de Martí, Carmen dirigió unas cortas líneas al director del rotativo La Lucha, que hablan por sí mismas: «Ya que aparece en ese periódico la solicitud de una conferencia que pretendí con el señor General Arderíus, acto que suponía esencialmente privado, ruego a usted publique también que lo que me proponía obtener de aquella autoridad, era que se nos facilitara, a mi hijo y a mí, el modo de conseguir el cadáver de mi marido, para hacerlo enterrar en el panteón de mi familia, y quedo a sus órdenes, s.s.q.b.s.m., Carmen Z. de Martí».
Respecto a Pepito, José Francisco Martí Zayas-Bazán (22 de noviembre de 1878-22 de octubre de 1945), honró el nombre de su padre cuando se alistó en la expedición de Carlos Roloff y se incorporó en 1897 al Ejército Libertador, en el que alcanzó el grado de capitán. Quedó casi sordo en el combate de Las Tunas, en el cual se distinguió manipulando un cañón. Se casó en 1916 con María Teresa Bancés Fernández y Criado (Teté), mas no tuvieron descendencia.
La otra «semilla» imprescindible en la vida de Martí fue María Mantilla. A ella (28 de noviembre 1880-1962) le envió líneas dulces con el sentimiento de un padre. No resultó casual que entre los objetos personales encontrados al Apóstol luego de la tragedia de Dos Ríos se hallase una foto de esa niña.
Ni en los fragores de las caminatas y la guerra la olvidó, como tampoco borró al resto de los suyos. Ellos galoparon todo el tiempo en su sangre y en su reloj. Los amó con la misma intensidad que a la tierra palpitante de su patria.
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