jueves, 26 de agosto de 2010

El origen del orden y el nacimiento de los orichas (II)

Particular atención merece la versión sobre el origen del cosmos que nos ofrece el “enciclopédico Celestino Gaytán” a través del estilo refinado de Lydia Cabrera.
Cuando Olodumare, Dios Todopoderoso, andaba por este planeta sólo había en él fuego (e imitaba el fragor de un incendio), fuego y rocas ardiendo.
Olodumare decidió entonces que la tierra existiera, con sus montañas, sus valles, sus sabanas. El vapor candente de las llamas que se había acumulado en el espacio, Olodumare lo convirtió en nubes. En las partes del roquerío donde el fuego había sido más violento, quedaron, al apagarse éste, unos huecos enormes y muy hondos. En el más profundo nació Olokun, el océano. Olokun, la Yemayá más vieja - Yemayá masculino-, raíz, Orisón de las demás, pues Yemayá es una y a la vez siete (…)
Así, continuaba, se cumplió la voluntad de Dios, y al extenderse el mar y salir las estrellas y la luna de su vientre, éste fue el primer paso de la creación del mundo.
El fuego del planeta, la gran llamarada que ardía en sus entrañas de roca, era Agayú-Oricha muy temido y venerado antaño por los viejos lucumí- “parido por un volcán”, y cuyas profundidades (misterios) no todos conocían ya en Cuba, pero que es “el que resplandece arriba en el firmamento y nos alumbra el día”. Omí lokun apá iná, el agua apaga el fuego, las cenizas formaron con el agua el cuerpo de la tierra, y después de Agayú nació Orichaoko, el dios de las cosechas, el Labrador; pero al pudrirse las cenizas y volverse fango, nació de las miasmas del cenegal (ofán), Babaluayé, el dueño de las epidemias.
Al fin se endureció la tierra y, como crece el pelo y se espesa, crecieron sobre ella las hierbas, las plantas, los árboles, se alzó Iroko y nació Osaín, el dueño de Ewe. Y Yemayá, que a todos daba vida y frescura, hizo los ríos en la tierra, enteramente sólida ya, “para que tuviese venas y el agua, que es su sangre, corriese por ellas”. Y en el río nació Ochún, la diosa de los ríos.
Por último, de las rocas altísimas que no destruyó el fuego porque eran de contextura indestructible, nació Oké, el dios de las montañas y las colinas, y en el Monte nació Ogún, el dios del hierro.”
Lo que más nítidamente distingue esta variante de las anteriores es la acentuación del antropomorfismo. En las narraciones de Arango y Angarica, las deidades son, de forma inmediata, entidades y fuerzas naturales; mar, fuego, río, tierra, volcán; y sólo algunos giros no castizos del idioma anuncian su diferenciación como orichas antropomórficos. Así, los “Llemayaes” (sic.) nacen de los océanos, y “los Ochunes”, de los ríos. Pero, sobre todo en la versión de Nicolás Angarica, estas expresiones conviven con otras en las que la identidad entre la deidad y el elemento natural no implica diferencia alguna: la tierra es Orisaoco y Aggayú es el sol y el volcán (aunque, a su vez, es parido por este último). En la versión de Gaytán, persiste la ambivalencia deidad natural-deidad antropomórfica (así, por ejemplo, Olokun es el océano y Aggayú Oricha, “el fuego del planeta”); pero en ella se realza la diferenciación: Ochún es la “diosa de los ríos”, Osain, el “dueño de las hierbas”, Oggún, el “dios del hierro”, Orichaoko, el dios de las cosechas, el “Labrador” (¡sic.!) y Babalú Ayé, el “dueño de las epidemias” (¡sic.!)
Lydia Cabrera, es cierto, pudo haber añadido estas especificaciones que, en el texto, no aparecen entrecomilladas. Pero, incluso en este caso, su intención resulta legítima: de hecho, en la representación de sus informantes -y en la de los nuestros-, estos orichas son entidades enteramente antropomórficas, idénticas a las fuerzas naturales o sociales que simbolizan, en toda su concreción sensorialmente perceptible, y a la par, diferentes de ellas, en tanto generalizaciones abstractas de su sentido cultural. Muy importante resulta, en este contexto, la indicación del status divino de Babalú Ayé y Orichaoko: el primero es la deidad de las epidemias; el segundo, de las cosechas. No se trata ya solamente de ciénagas y tierras fértiles: en las figuras de Babalú Ayé y Orichaoko, la epidemia y la agricultura, en toda su significación social, son divinizadas.
Otras dos modificaciones importantes se esbozan en la versión de Celestino Gaytán-Lydia Cabrera. La primera concierne al nacimiento de Ochún. En las variantes anteriores, los ríos tienen su origen en la abertura de “brechas y canales” que sirvieron para alojar “el vapor y la humedad que se derramaba sobre la tierra” (Arango) y “buscaba desahogo” (Angarica). Ochún parecería, pues, el resultado de un proceso espontáneo provocado por “el primer impulso” de Olofi-Olodumare. En la tercera variante, en cambio, es Yemayá en persona, “que a todos daba vida y frescura”, quien hace los ríos, para que la tierra “tuviese venas y el agua, que es su sangre, corriese por ellas”. El impulso fundante parte, esta vez sin dudas, de la voluntad de la divinidad antropomórfica Yemayá.
Por último -y esto amplía significativamente los marcos del cuadro de la creación-, según Celestino Gaytán, del vientre de Yemayá salen las estrellas (Irawó) y la luna (Ochu), orichas del cielo. “Este -se nos dice- fue el primer paso de la creación del mundo”, del orden, del cosmos. Pues, como hemos visto, fuego y rocas ardientes no constituyen aún un mundo de significados humanos. Este mundo -repitámoslo una vez más- es hijo del agua: Omí lokun apá iná (el agua apagó el fuego), con palabras de Gaytán. En esta frase se encierra el secreto de la creación.

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