Particular atención merece la versión sobre el origen del cosmos que nos ofrece el “enciclopédico Celestino Gaytán” a través del estilo refinado de Lydia Cabrera.
Cuando Olodumare, Dios Todopoderoso, andaba por este planeta sólo había en él fuego (e imitaba el fragor de un incendio), fuego y rocas ardiendo.
Olodumare decidió entonces que la tierra existiera, con sus montañas, sus valles, sus sabanas. El vapor candente de las llamas que se había acumulado en el espacio, Olodumare lo convirtió en nubes. En las partes del roquerío donde el fuego había sido más violento, quedaron, al apagarse éste, unos huecos enormes y muy hondos. En el más profundo nació Olokun, el océano. Olokun, la Yemayá más vieja - Yemayá masculino-, raíz, Orisón de las demás, pues Yemayá es una y a la vez siete (…)
Así, continuaba, se cumplió la voluntad de Dios, y al extenderse el mar y salir las estrellas y la luna de su vientre, éste fue el primer paso de la creación del mundo.
El fuego del planeta, la gran llamarada que ardía en sus entrañas de roca, era Agayú-Oricha muy temido y venerado antaño por los viejos lucumí- “parido por un volcán”, y cuyas profundidades (misterios) no todos conocían ya en Cuba, pero que es “el que resplandece arriba en el firmamento y nos alumbra el día”. Omí lokun apá iná, el agua apaga el fuego, las cenizas formaron con el agua el cuerpo de la tierra, y después de Agayú nació Orichaoko, el dios de las cosechas, el Labrador; pero al pudrirse las cenizas y volverse fango, nació de las miasmas del cenegal (ofán), Babaluayé, el dueño de las epidemias.
El origen del orden y el nacimiento de los orichas (II)
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