Si se aguza el entendimiento es posible escuchar su voz, ante la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas, el once de diciembre de 1964. Entonces, el hombre que desde muy joven se había considerado hijo de Latinoamérica, se colocaba al lado de quienes padecían el colonialismo, el neocolonialismo, la discriminación racial o cualquier otro tipo de explotación.
Por la coexistencia pacífica entre los pueblos y el respeto a la integridad territorial de las naciones, se pronunciaba, en plena madurez, Ernesto Guevara de la Serna.
En su Argentina natal, antes de cumplir diez años, transitó por las páginas de El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, que desde entonces lo situarían del lado de las causas más justas y humanas, sin pensar en sacrificios. México, en 1955, lo colocó junto a Fidel Castro, para alcanzar altura mundial.
Fue Ernesto Guevara el ideólogo que desde los días de campaña, primero, y más tarde por escrito, esbozara las características del hombre nuevo, capaz de ver el trabajo como un deber social; como un aporte a la vida en común en la que él mismo se reflejara.
Sería, en Cuba, el Ministro de Industrias que tras una larga jornada, al notar que el perro que lo despedía cada noche con sus ladridos había sido encadenado, regresara a exigir la libertad del animal.
Fue el mismo que marchó a Bolivia, porque las penas de Latinoamérica le habían calado hondo y porque por las cosas en las que creía luchaba con todas las armas.
Para el Che, el verdadero revolucionario debía estar guiado por sentimientos de amor y por una auténtica vocación internacionalista. Todavía, si se aviva el entendimiento, puede escuchársele, en las Naciones Unidas, demandar los derechos de los más pobres.
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